jueves, 20 de agosto de 2009

Comentario a la "Carta de Jamaica"

Sentado a los pies de la estatua de Bolívar en Kingston, andrajosa pero orgullosa capital caribeña de la isla que sirvió de refugio al General, repaso párrafo a párrafo las palabras que el Libertador escribió alguna vez con su habitual y deslumbrante claridad sobre el pasado y el futuro de esa América que intentó mantener unida pero cuyo legado de razas y pueblos mezclados han hecho por siempre imposible una identidad coagulante de un interés unificado. Veo desde la lejanía la vergonzosa procesión de congresistas colombianos que son investigados por vínculos con la parapolítica y la, aún más vergonzosa, actitud arrogante del Gobierno que al poner en entredicho las instituciones judiciales del país dan pie para crear un estado de inestabilidad social capaz de crear estallidos de violencia similares a los que causó la muerte de Gaitán, el caudillo liberal muerto a mediados del siglo pasado. ¿Será que el mismísimo Bolívar podría haber previsto las vergüenzas de su Nueva Granada?


El General veía para la organización política colombiana formada entre otros por un senado “… que en las tempestades políticas se interponga entre las olas populares y los rayos del gobierno…”. Cuan triste estaría hoy de ver la corrupción y la ilegitimidad salir por los mismos poros de lo que aún defienden sus integrantes cínicamente como la voz del Pueblo. Mientras el ejecutivo colombiano se apoya en su “rating” para conseguir el apoyo de las pobres masas que no se atreven a cuestionar sino que se limitan a juzgar por la imagen creada a través de propaganda que, aún apoyada en resultados económicos innegables, magnifica la realidad de la competitividad, la industria y la seguridad en el país.


Los entes judiciales, por su parte, se han unido a la guerra verbal de colegialas para hacer frente a las críticas del Gobierno central y termina enlodándose con el mismo barro que ve sobre los pies de su acusado. Esta situación crea un caldo de cultivo inmanejable para las doctrinas fundamentalistas más peligrosas a las cuales es tan propensa Latinoamérica, que, como en la misma Carta de Jamaica se expresara, está gobernada por familias que sólo desean correr un poco más la cerca de su finca cada día.


Ese mismo fundamentalismo que a lo largo de más de quinientos años de historia ha hecho correr sangre por toda Latinoamérica y que por último nos ha dejado con un montón de pequeñas repúblicas débiles que se sienten muy orgullosas de su banderita y su pequeño parlamento ocultando la debilidad de sus instituciones. Las islas caribeñas, como esta portadora de la brisa marina condimentada de los bosques azules de sus montañas, se han convertido en un gran centro de convenciones donde africanos desarraigados pretenden vivir en el primer mundo, por lo menos viven en paz.


Hospedaje de piratas y libertadores, Jamaica sigue siendo hospedaje de pieles blancas que ven en sus verdes tierras sólo la prolongación fastuosa de una playa vacacional. El ron de sus toneles tiene la fuerza de su tierra para olvidar el sofocante peso de una historia que encalló hace más de cinco siglos y sigue impasible mientras criaturas efímeras atraviesan su cuerpo al compás de letanías de redención. Ojala estas tierras no tengan que servir de nuevo de refugio a latinos soñadores inmolados por pecados ajenos.

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