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De ese total, en 2008, Colombia produjo potencialmente 430 toneladas de cocaína; Perú, 302, y Bolivia, 113 toneladas, lo que equivale entre las dos naciones el 36 por ciento y el 13 por ciento de la elaboración mundial, respectivamente."
Acá el Informe de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes de la ONU, donde se detalla la metodología para hacer estos cálculos.
Recuerdo bien las imágenes que nos llegaron el 24 de marzo de 1980: una televisión reproducía en imagen fija a unas monjas rodeando un cuerpo caído ante un altar. Y una noticia: el arzobispo de El Salvador, Óscar Arnulfo Romero, había sido asesinado mientras oficiaba misa en la capilla del Hospital de La Divina Providencia donde habitaba. Asesinos a sueldo habían hecho aquel trabajo.
A la vieja Europa, aquel hecho ocurrido en un pequeño país de Centroamérica le trajo a la memoria, tal vez de forma lejana, ese otro asesinato histórico trasladado al teatro por Thomas Eliot en Asesinato en la Catedral por los años 30: el del arzobispo de Canterbury, Thomas Becket, asesinado por cuatro sicarios del rey Enrique II durante su homilía de la misa de Navidad en la catedral de su arzobispado en 1170.
Pero si alguno mantenía todavía esa sensación inicial lejana y evocadora, los días que siguieron a aquel domingo de marzo de 1980 debieron precipitarlo sin duda hacia ese estremecimiento unánime: el funeral del 30 de marzo se convirtió en otra tragedia en la que cuarenta muertos y más de doscientos heridos habían sido provocados por las fuerzas de seguridad salvadoreñas y algunos francotiradores. La plaza de la Catedral de El Salvador había sido el escenario de aquella nueva tragedia.Han pasado ya más de veinte años de aquel estremecimiento que, obligatoriamente, nos debía conducir a una reflexión ética sobre lo que había ocurrido, sobre la vida de aquel arzobispo que hasta muy entrados los años setenta estaba afincado en un conservadurismo que daba la espalda a la realidad de su país. Parece que fue 1977 el año en el que la realidad hizo caer a Romero en su camino, no hacia Damasco, sino hacia las clases populares salvadoreñas, centroamericanas y latinoamericanas. Aquel religioso de sesenta años se había metido pueblo adentro de pronto, asediado por la pobreza de sus conciudadanos, por la represión, por los crímenes que los escuadrones de la muerte realizaban contra esa Iglesia que había optado por la solidaridad y el compromiso.
Sus homilías, que en aquellos años se intentaron acallar por tantos métodos, eran denuncia y profecía, esperanza en el cielo pero, también, en la tierra, como si aquel arzobispo hubiera descubierto las causas precisas de la pobreza y las culpabilidades concretas de la represión de los pobres.
Al ejemplo de Óscar Arnulfo Romero están dedicadas estas páginas, tejidas desde hace un par de años por la voluntad y la esperanza de sus conciudadanos y de las mujeres y hombres de buena voluntad de todo el mundo. A su remembranza está dedicado ese sitio, ahora que muchos trabajan por la beatificación de quien, en cualquier caso, es ya uno de los emblemas principales de la lucha por la justicia y la verdad, para la conciencia de muchos creyentes y laicos con memoria del pasado siglo y preocupación por las afrentas y los riesgos del presente.
El sitio dedicado a la memoria de Óscar Arnulfo Romero en la Biblioteca Virtual Cervantes está por aquí.
Durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda, fenómeno que ha ocurrido en muchos otros países. Así aconteció en Italia, que durante largos años debió sufrir la despiadada acción de las formaciones fascistas, de las Brigadas Rojas y de grupos similares. Pero esa nación no abandonó en ningún momento los principios del derecho para combatirlo, y lo hizo con absoluta eficacia, mediante los tribunales ordinarios, ofreciendo a los acusados todas las garantías de la defensa en juicio; y en ocasión del secuestro de Aldo Moro, cuando un miembro de los servicios de seguridad le propuso al General Della Chiesa torturar a un detenido que parecía saber mucho, le respondió con palabras memorables: «Italia puede permitirse perder a Aldo Moro. No, en cambio, implantar la tortura » .
No fue de esta manera en nuestro país: a los delitos de los terroristas, las Fuerzas Armadas respondieron con un terrorismo infinitamente peor que el combatido, porque desde el 24 de marzo de 1976 contaron con el poderío y la impunidad del Estado absoluto, secuestrando, torturando y asesinando a miles de seres humanos.
Continuar leyendo el informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas acá.Guión: Héctor Oesterheld
Dibujos: Alberto Breccia / Enrique Breccia
La maldición blanca
Tomado de: Página/12, Buenos Aires, domingo 4 de abril de 2004.
El primer día de este año, la libertad cumplió dos siglos de vida en el mundo. Nadie se enteró, o casi nadie. Pocos días después, el país del cumpleaños, Haití, pasó a ocupar algún espacio en los medios de comunicación; pero no por el aniversario de la libertad universal, sino porque se desató allí un baño de sangre que acabó volteando al presidente Aristide.
Haití fue el primer país donde se abolió la esclavitud. Sin embargo, las enciclopedias más difundidas y casi todos los textos de educación atribuyen a Inglaterra ese histórico honor. Es verdad que un buen día cambió de opinión el imperio que había sido campeón mundial del tráfico negrero; pero la abolición británica ocurrió en 1807, tres años después de la revolución haitiana, y resultó tan poco convincente que en 1832 Inglaterra tuvo que volver a prohibir la esclavitud.
Nada tiene de nuevo el ninguneo de Haití. Desde hace dos siglos, sufre desprecio y castigo. Thomas Jefferson, prócer de la libertad y propietario de esclavos, advertía que de Haití provenía el mal ejemplo; y decía que había que “confinar la peste en esa isla”. Su país lo escuchó. Los Estados Unidos demoraron sesenta años en otorgar reconocimiento diplomático a la más libre de las naciones. Mientras tanto, en Brasil, se llamaba haitianismo al desorden y a la violencia. Los dueños de los brazos negros se salvaron del haitianismo hasta 1888. Ese año, el Brasil abolió la esclavitud. Fue el último país en el mundo.
Haití ha vuelto a ser un país invisible, hasta la próxima carnicería. Mientras estuvo en las pantallas y en las páginas, a principios de este año, los medios trasmitieron confusión y violencia y confirmaron que los haitianos han nacido para hacer bien el mal y para hacer mal el bien.
Desde la revolución para acá, Haití sólo ha sido capaz de ofrecer tragedias. Era una colonia próspera y feliz y ahora es la nación más pobre del hemisferio occidental. Las revoluciones, concluyeron algunos especialistas, conducen al abismo. Y algunos dijeron, y otros sugirieron, que la tendencia haitiana al fratricidio proviene de la salvaje herencia que viene del Africa. El mandato de los ancestros. La maldición negra, que empuja al crimen y al caos.
De la maldición blanca, no se habló.
—¿Cuál ha sido el régimen más próspero para las colonias?
—El anterior.
—Pues, que se restablezca.
Y, para reimplantar la esclavitud en Haití, envió más de cincuenta naves llenas de soldados.
Los negros alzados vencieron a Francia y conquistaron la independencia nacional y la liberación de los esclavos. En 1804, heredaron una tierra arrasada por las devastadoras plantaciones de caña de azúcar y un país quemado por la guerra feroz. Y heredaron “la deuda francesa”. Francia cobró cara la humillación infligida a Napoleón Bonaparte. A poco de nacer, Haití tuvo que comprometerse a pagar una indemnización gigantesca, por el daño que había hecho liberándose. Esa expiación del pecado de la libertad le costó 150 millones de francos oro. El nuevo país nació estrangulado por esa soga atada al pescuezo: una fortuna que actualmente equivaldría a 21,700 millones de dólares o a 44 presupuestos totales del Haití de nuestros días. Mucho más de un siglo llevó el pago de la deuda, que los intereses de usura iban multiplicando. En 1938 se cumplió, por fin, la redención final. Para entonces, ya Haití pertenecía a los bancos de los Estados Unidos.
Tampoco Simón Bolívar la reconoció, aunque le debía todo. Barcos, armas y soldados le había dado Haití en 1816, cuando Bolívar llegó a la isla, derrotado, y pidió amparo y ayuda. Todo le dio Haití, con la sola condición de que liberara a los esclavos, una idea que hasta entonces no se le había ocurrido. Después, el prócer triunfó en su guerra de independencia y expresó su gratitud enviando a Port-au-Prince una espada de regalo. De reconocimiento, ni hablar.
En realidad, las colonias españolas que habían pasado a ser países independientes seguían teniendo esclavos, aunque algunas tuvieran, además, leyes que lo prohibían. Bolívar dictó la suya en 1821, pero la realidad no se dio por enterada. Treinta años después, en 1851, Colombia abolió la esclavitud; y Venezuela en 1854.
La misión civilizadora concluyó en 1934. Los ocupantes se retiraron dejando en su lugar una Guardia Nacional, fabricada por ellos, para exterminar cualquier posible asomo de democracia. Lo mismo hicieron en Nicaragua y en la República Dominicana. Algún tiempo después, Duvalier fue el equivalente haitiano de Somoza y de Trujillo.
Aristide, el cura rebelde, llegó a la presidencia en 1991. Duró pocos meses. El gobierno de los Estados Unidos ayudó a derribarlo, se lo llevó, lo sometió a tratamiento y una vez reciclado lo devolvió, en brazos de los marines, a la presidencia. Y otra vez ayudó a derribarlo, en este año 2004, y otra vez hubo matanza. Y otra vez volvieron los marines, que siempre regresan, como la gripe.
Pero los expertos internacionales son mucho más devastadores que las tropas invasoras. País sumiso a las órdenes del Banco Mundial y del Fondo Monetario, Haití había obedecido sus instrucciones sin chistar. Le pagaron negándole el pan y la sal. Le congelaron los créditos, a pesar de que había desmantelado el Estado y había liquidado todos los aranceles y subsidios que protegían la producción nacional. Los campesinos cultivadores de arroz, que eran la mayoría, se convirtieron en mendigos o balseros. Muchos han ido y siguen yendo a parar a las profundidades del mar Caribe, pero esos náufragos no son cubanos y raras veces aparecen en los diarios.
Ahora Haití importa todo su arroz desde los Estados Unidos, donde los expertos internacionales, que son gente bastante distraída, se han olvidado de prohibir los aranceles y subsidios que protegen la producción nacional.
Al otro lado, está el infierno negro. Sangre y hambre, miseria, pestes.
En ese infierno tan temido, todos son escultores. Los haitianos tienen la costumbre de recoger latas y fierros viejos y con antigua maestría, recortando y martillando, sus manos crean maravillas que se ofrecen en los mercados populares.
Haití es un país arrojado al basural, por eterno castigo de su dignidad. Allí yace, como si fuera chatarra. Espera las manos de su gente.
¿Militares nacionalistas solución al desconteto social?
Los hermanos Humala y el «etnocacerismo» en el Perú
El 29 de octubre del año 2000, en Locumba-Tacna, cerca de la frontera con Chile, el comandante en actividad del ejército peruano en el Arma de Artillería, Ollanta («el guerrero que desde su atalaya lo ve todo», en aymara) Moisés Humala Tasso, jefe del Grupo de Artillería Antiaérea Nº 501, se subleva junto a su hermano, mayor de Infantería en retiro, Antauro («estrella cobriza», en quechua) Igor Humala Tasso, y con unos 70 soldados ocupan una propiedad de la minera Southern Perú Copper Corporation, para luego recorrer los andes del Sur peruano durante unas cuatro semanas.
Sostenían que la ilegitimidad de Alberto Fujimori en la presidencia de la República (actualmente fugado en Japón) y comandancia de las fuerzas armadas, era la causa del trastorno político y social del país; denunciando a la vez, un fraudulento proceso electoral mediante el cual, desde el 28 de julio del 2000, Fujimori usurparía el poder, junto a jefes militares corruptos.
Los Humala ofrecieron deponer las armas cuando comprobaran que se había legitimado la cadena de mando y hubiera un presidente verdaderamente elegido por el pueblo; promesa que en efecto cumplieron de manera incruenta, al asumir como jefe de Estado transitorio, Valentín Paniagua, quien fue ungido por el Congreso tras el desplome del régimen de Fujimori. Paniagua procedió a amnistiarlos con una ley, el 22 de diciembre del 2000.
Leer el reporte completo acá.. . . un amplio programa de reformas, destinado a implantar un nuevo modelo de acumulación y establecer las bases un nuevo sistema de denominación política.En la segunda fase, si bien en un principio se creyó en un cambio que sería continuador y profundizador del proceso revolucionario, sin embargo, en esta “segunda fase” –al mando del General Francisco Morales Bermúdez- se negó desmontándose la “revolución” que se había iniciado en la primera.
Buenos Aires, 23 de febrero. La presidenta de Abuelas de Plaza de mayo, Estela de Carlotto presentó hoy a Francisco Madariaga Quintela como el primer nieto del bicentenario
, el último joven que recuperó su identidad y que fue robado a su madre al nacer en un centro clandestino de detención durante la pasada dictadura.
En realidad es el nieto recuperado número 101 ya que el pasado lunes, por un error de información en un primer comunicado de organismos humanitarios, se hablaba del nieto número 100.
Entre lágrimas y sonrisas, el joven Madariaga Quintela, hijo de la doctora Silvia Quintela, secuestrada por la dictadura militar el 17 de enero de 1977, cuando estaba embarazada de cuatro meses, apareció junto con su padre Abel Madariaga y rodeado por sus familiares y las abuelas
.
Abel es secretario de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo, organización a la que acudió en 1983 para la búsqueda de su hijo, y ha participado en infinidad de búsquedas de más de 400 niños apropiados por los militares de la pasada dictadura. (Seguir leyendo acá).
Aires de familia es un libro compuesto por siete ensayos, cuyo centro es la cultura, donde el autor, Carlos Monsiváis hace una serie de reflexiones en torno al presente y el pasado de la cultura y la sociedad latinoamericanas. Aborda tópicos culturales que van desde la literatura, la historia, el cine, la televisión hasta tradiciones intelectuales de diversa índole (feministas y de la experiencia homosexual inclusive), describe el panorama de la heterogénea, múltiple y cambiante realidad del continente, en la búsqueda de puntos comunes, afinidades conceptuales, elementos tipificadores y también las particularidades que otorgan a cada nación el sello de su identidad propia; todos ellos aspectos que sirven para tejer la unidad latinoamericana, la unidad visible y profunda de naciones que comparten similitudes culturales y sociales como las sensaciones de abandono, las realidades de la desigualdad y, pese a todo, la fe en la democracia.
Este ensayo, en su esencia, interrelaciona los procesos culturales por los que han transitado las sociedades latinoamericanas desde los inicios del siglo XX, a modo de ofrecer una visión evolutiva de los cambios y permanencias que, en el entorno de la llamada Sociedad Civil, asume la Ciudad Letrada como centro hegemónico desde el cual se erige y dimensiona la cultura en su más amplia acepción.
A partir de la obra literaria latinoamericana del primer cuarto de siglo, el autor cuenta cómo la gente ha ido accediendo a la cultura, cómo las desigualdades se ha ido reduciendo en beneficio de la cultura.
[...] Un asalto anunciado
Antes de su muerte, en agosto de ese mismo año, Iván Marino Ospina le comentó a Pablo Escobar que el M-19 tenía la intención de tomarse el Palacio de Justicia para juzgar al Presidente y llevarse a los magistrados a otro país. La ilegalidad en la que se movían había permitido que ambos hombres se relacionaran. Escobar les prestó a los guerrilleros la pista de la hacienda Nápoles para que trajeran de Nicaragua los fusiles y el explosivo C-4 que utilizaron en la toma.
Mientras los subversivos preparaban el asalto, los magistrados de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) sentían los embates de los narcotraficantes. El 20 de septiembre de 1985 hubo una reunión en el Club Militar entre cinco funcionarios del gobierno y cinco magistrados de la Corte, presididos por Alfonso Reyes Echandía. El objetivo del encuentro era discutir las medidas de protección que se iban a tomar para resguardar a los cuatro magistrados de la sala constitucional de la Corte: Manuel Gaona Cruz, Carlos Medellín Forero, Ricardo Medina Moyano y Alfonso Patiño Roselli. Estos tenían a su cargo el tema de la extradición, por cuenta de la cual los dos últimos ya habían recibido amenazas de muerte.
En este encuentro se determinó que la Policía hiciera un estudio de seguridad del Palacio, el cual se llevó a cabo entre el 27 de septiembre y el 15 de octubre de ese año. Los resultados del mismo se presentaron en un consejo de gobierno el 17 de octubre. El día anterior el Comando General de las Fuerzas Militares recibió un anónimo en el que se denunciaba que el M-19 iba a tomar el Palacio el 17. [...]